viernes, 31 de octubre de 2014

Ocaso

El sol, nos siguió hasta la frontera
Primero fue un desgarro de alamedas
La ciudad se volvió pequeña
Fundida en su asfalto de proezas
Después los pueblos con sus brazos fragmentados
El desgarro, la raíz sangrante del éxodo
En procura de placebos urbanos
Y al fin, el campo, con su soledad abierta empecinada
El estío y la siesta dormían bajo el pardo estuco
De las viviendas rurales
Adentro, habitantes anónimos harían el amor
Sorprendidos por nosotros: pasajeros intermitentes de la ruta
Siguiendo el río empecinado de siglos y exilios.
Algunos establecimientos permanecían abiertos
En vano y adormecidos
De vez en cuando, hombres indolentes se asomaban fugazmente a nuestro paso: caleidoscopio de ventanillas y pulsaciones alucinantes.
Ecos interrogantes en las retinas de ambos mundos
¿Qué harán, de qué hablarán, qué avatares los mantienen atrapados entre alambrados y distancias?
Todo fue quedando en las orillas sin respuesta
El camino se fundió con el crepúsculo
El relieve áspero del desierto se tiñó de verdes pámpanos, imaginarios
Una vaca desprendida de alguna llanura húmeda
Con su perfil blanco de ojos negros
Pastaba solitaria para el asombro de pasajeros como yo
Después se plegaron las lomas de la riqueza
Más cuando el verde, se tornó verde fatal
El cielo rojo se desplomó en negro sobre el intenso bermejo de la pampa
Y de mi ocaso.

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