El sol, nos
siguió hasta la frontera
Primero fue un
desgarro de alamedas
La ciudad se
volvió pequeña
Fundida en su
asfalto de proezas
Después los
pueblos con sus brazos fragmentados
El desgarro, la
raíz sangrante del éxodo
En procura de placebos urbanos
Y al fin, el
campo, con su soledad abierta empecinada
El estío y la siesta
dormían bajo el pardo estuco
De las viviendas
rurales
Adentro, habitantes
anónimos harían el amor
Sorprendidos por nosotros:
pasajeros intermitentes de la ruta
Siguiendo el río
empecinado de siglos y exilios.
Algunos
establecimientos permanecían abiertos
En vano y adormecidos
De vez en cuando,
hombres indolentes se asomaban fugazmente a nuestro paso: caleidoscopio de
ventanillas y pulsaciones alucinantes.
Ecos interrogantes
en las retinas de ambos mundos
¿Qué harán, de
qué hablarán, qué avatares los mantienen atrapados entre alambrados y distancias?
Todo fue quedando
en las orillas sin respuesta
El camino se fundió
con el crepúsculo
El relieve áspero
del desierto se tiñó de verdes pámpanos, imaginarios
Una vaca
desprendida de alguna llanura húmeda
Con su perfil blanco
de ojos negros
Pastaba solitaria para el
asombro de pasajeros como yo
Después se
plegaron las lomas de la riqueza
Más cuando el verde, se tornó verde fatal
Más cuando el verde, se tornó verde fatal
El cielo rojo se
desplomó en negro sobre el intenso bermejo de la pampa
Y de mi ocaso.
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